Cómo jugar siendo adulto

Madurar es sinónimo de empatizar, de dejar de pensar en uno mismo y centrarse en el conjunto social que compartimos, adaptando nuestra personalidad y forma de actuar al contexto que nos rodea. Unos ascienden antes en ese escalafón, por circunstancias especiales, duras o altamente educativas que sus experiencias personales les han otorgado. Otros, por el contrario, lo hacen después, o a veces, no llegan a hacerlo hasta que ya es demasiado tarde.

MUERTE DE LA INFANCIA

Hacerse mayor, desde un punto de vista creativo, consiste en matar al niño que éramos. ¿Qué películas, libros, tebeos o cuentos te gustaban de niño? aquellos en los que te hacía imaginar que tú eras el protagonista. Que te hacía desear vivir lo que ahí ponía. Lo que, en esencia, te hacía soñar. Universos creados por otros en los que nosotros deseábamos vivir, y que alimentábamos con nuevos datos de nuestra propia cosecha.

Sin embargo, la madurez implica una máxima importante pero que se ha interpretado muy mal: «Tener los pies en la tierra«. Llega un momento en la vida en el que, la fantasía, el juego de verte a ti mismo en universos inventados, es un síntoma de inmadurez. Se ponen límites a la imaginación: La vida es esta, y los cuentos son para niños. Y, de repente, comenzamos a consumir cultura y subcultura que esté fundamentada, tan sólo, en lo que ya conocemos. En el universo plausible de cosas asumibles.

¿Una película que refleje los sentimientos de una relación amorosa tormentosa en tonos jocosos y muy difíciles de creer? Bien. Todo el mundo sabe que es algo ficticio, que realmente nunca ocurre de esa manera y que, desde luego, una pareja no tiene una vida guionizada donde los gags cómicos se suceden de manera perfecta. Pero es una fantasía donde la gente se imagina que es uno de los protagonistas. Es una fantasía madura. (De hecho, si uno lo piensa, toda la industria del porno se fundamenta exactamente en la misma premisa) Pero, ¿una película que hable de un grupo de personajes con poderes especiales que combate amenazas planetarias? Eso es fantasía infantil. Sueños de críos. De alguien que fantasea con ser un superheroe que lucha contra el crimen. Algo que es, obviamente, totalmente imposible, pero…¿Tanto o más imposible que la historia de amor humorística que nos han narrado antes?

A la fantasía le crecen fronteras con la edad. Pasamos de soñar con universos imposibles a soñar con situaciones imposibles dentro de universos conocidos. Es decir, nos limitamos a soñar cosas relacionadas con el mundo real.

Si hay algo que eche de menos de cuando era un niño es poder jugar. Poder sentarme en el suelo con mis muñecos e imaginar universos enteros. Y, de hecho, creo que no soy el único al que le pasa, pues el auge de las videoconsolas entre adultos es más alto que nunca y es, precisamente, porque es una de las formas socialmente aceptadas (o al menos, ampliamente aceptada) en la que un adulto puede jugar.

Así llegamos a este punto. Al de intentar despertar al niño que tenemos dentro jugando de formas en las que la sociedad no nos juzgue. Es decir, jugando sin que nadie se de cuenta de ello. De disfrazar a nuestro niño interior de adulto que, sin dejar de posturear que es maduro, sigue jugando y soñando eternamente.

  1. Convierte tu rutina en un cuento

    ¿Sabes el trayecto diario hacia el trabajo? ¿Ese que haces totalmente en off, quizá leyendo o escuchando algo y que, si te preguntan, eres incapaz de recordar con exactitud lo que hiciste? Realmente es un proceso biológico normal, que el cerebro hace para economizar energía. Basicamente asumimos ciertos ritos diarios y entramos en «automático». ¿Por qué no aprovechar ese tiempo perdido en jugar con nuestra imaginación? La manera de hacerlo es unir una historia de fantasía a nuestros ritos diarios. Nuestro cerebro se encuentra en el estado perfecto: Ignora practicamente todo su alderedor y actúa por pura inercia. Si, simplemente, le damos una historia a esos ritos, todo se convertirá en un cuento.
    ¿Estás esperando el metro para ir a la oficina? ¿o realmente has sido capturado por las hordas de una tribu de salvajes del páramo de una ciudad postapocalíptica que viven en una antigua estación de metro abandonada y estás esperando el transporte que te lleve a su fauces? ¿Y si tu oficina no es, si no, el cuartel general de los salvajes y tu jefe el líder al que debes vencer antes de 8 horas? ¿y si tu hora de salida no es otra cosa que tu huída de una prisión hacia la libertad? La imaginación es tu única frontera, aliméntala con películas, libros e historias de todas aquellas cosas que te motiven para soñar.


  2. Walking Fast & Furious

    Vas caminando por una calle con gente que va en tu misma dirección. ¿Por qué no imaginar una ficticia carrera hacia una meta concreta con esos desconocidos? «El primero que llegue a la pastelería de la esquina, gana«. Por supuesto no puedes correr ni cambiar tu ritmo de paso, pues tu competidor no sabe ni que compite contigo.
    Si el resto de viandantes van mucho más despacio que tú, puedes imaginar que alguien te estás siguiendo, y estás en persecución haciendo slalom entre el resto de caminantes.


  3. Amor de dos estaciones

    Quizá lo tuyo no sean las historias de acción, ni de aventuras. Quizá tu seas más ñoño y te estimulen las historias de amor imposibles. De cuentos que nunca ocurren pero son bonitos de imaginar. Los amores de dos estaciones (o de algunas más, vamos) son pequeños flirteos visuales con desconocidos en el transporte público.
    ¿Quién no se ha quedado embaucado por una chica (o chico), jugando a miraditas con ella/él, hasta que uno de los dos se baja en una parada? El recuerdo que queda es placentero, pero realmente, si 15 minutos después tuviésemos que reconocer a esa persona en una rueda de reconocimiento, seguramente no seríamos capaces. Son simples jugadores en un juego de «seducción» tan inocente que podríamos llamarlo infantil. En realidad la satisfacción no es por el deseo que sientes por ese desconocido, si no, simplemente por haber jugado al flirteo de una manera tan primaria.


  4. Contra el mar 

    Estás en verano, en la playa, tostándote al sol e intentando encontrar una postura para poder leer. Miras a la orilla y ves a críos jugando, pasándoselo en grande, mientras tú intentas aguantar una cuarta hora tumbado sin nada qué hacer. Quieres jugar, pero no quieres parecer el típico dominguero raruno que hace cosas extrañas (como cavar hoyos en la arena con una pala), así que puedes hacer lo siguiente: Vas a la orilla y te sientas. Lo suficiente para que te cubra hasta la barriga. Entonces, con vaivén de las olas rompiendo contra la orilla, tienes que sujetarte como puedas a la arena y «luchar» contra la fuerza del mar. El objetivo es aguantar en la misma postura que tenías antes de que el mar te empujase. Puede parecer sencillo, pero os puedo garantizar que cuesta trabajo, sobre todo con resaca (de mar, aunque si uno tiene resaca también tiene que ser jodido :D).
    Otro juego de playa es tirar una piedra al mar, en plan adulto maduro pensativo, y luego tirarse al mar, muy de postureo todo, para intentar encontrarla en el fondo. Si compites contigo mismo, la cosa es aumentar la distancia cada vez más.


  5. Sé un friki

    – Tío…¿Qué hace tu colega disfrazado de Darth Vader jugando con espaditas de plástico en el salón?
    – Nada…es que es un friki
    – Ah, vale

    Ser friki para poder jugar siendo adulto es el equivalente a ser gay para justificar tu horterismo. Basicamente, tu infantilismo se acepta con la excusa del coleccionismo y puedes hacer lo que te de la gana. ¿Qué te pasas los sábados por la tarde jugando a juegos de rol? Si dices que eres friki no pasa nada. Si no lo dices, la gente dirá cosas como «ah…pues no te pega».
    Además, series como The Big Bang Theory, el auge de superheroes gracias a la industria cinematográfica de Marvel y la absorción por parte de la cultura popular de remanentes frikis de la subcultura (ver camisetas de Star Wars o Flash en el Primark es un logro de la subcultura infantiloide) ha hecho que ser friki ya no sea un estigma social. De hecho, hasta se ha importado una nueva palabra para definirlo, sin las connotaciones negativas de la anterior: Geek. Nunca se han vivido mejores tiempos para los frikis.

Y, por hoy, creo que lo dejamos aquí. Ha sido una entrada mucho más larga de lo que me imaginaba y si no me frenara aquí, lo sería mucho más.

Si gusta, habrá segundas entregas. Son muchos y muy variados los juegos que un adulto puede practicar sin que nadie se de cuenta. Para todo lo demás, ya sabes que puede contactar con Fredingrado cuando quieras. 

Comments (2)

  1. dear momo

    Completamente de acuerdo, los «pseudo-adultos» nos tomamos las cosas demasiado enserio, cuando trabajaba de au pair en Irlanda, volví a vivir una infancia, la de los niños que estaba cuidando, pero disfruté mucho de sus juegos, de volver a dibujar, de sus historias y sobretodo de su asombrosa creatividad y visión del mundo.

    Muy buenos consejos, yo añado uno, jugar al escondite con los amigos en casa y mejor con las luces apagadas, la adrenalina sube a mil y las risas están aseguradas 🙂

    1. fredo

      ¡Muchas gracias por comentar!

      Lo de jugar con niños es también una de mis tácticas favoritas. Me la salté porque me parece la más evidente (¿quién no le ha regalado juguetes a un sobrino/primo para poder jugar él con esos juguetes utilizando al crío de excusa?), pero desde luego es la mejor (de hecho, le das nueva información a los universos del niño, por lo que le ayudas a imaginar más).

      En mis tiempos jugar al escondite a oscuras se le llamaba «Tinieblas», y no sólo había que encontrar sino, también, adivinar de quién se trataba. De hecho, creo que fue de los últimos juegos que abandonamos (al menos en grupo), ya que en la adolescencia era un excusa genial para arrimarte a la persona que te gustaba 🙂

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